No nos podíamos creer lo que nos estaba contando el comandante. Parecía
sacado de una película de terror. Una explosión en el laboratorio del aeródromo
militar de Lanzarote. Cientos de muertos y heridos. Gente que se había vuelto
agresiva y atacaba a otros. No nos pudo (o más bien no quiso) contarnos nada
más de la situación, nos había dicho que estaban retransmitiendo vía satélite
parte del accidente cuando a las dos horas la comunicación falló y ya no
tuvieron más noticias, intentaron llamar y comunicarse a través del satélite,
pero no obtuvieron respuesta.
Empezamos a ponernos un poco nerviosos por lo extraño de la situación,
excepto Sergio que tenía una expresión en su cara contraria a la del resto, su
imaginación se apoderó de él y la idea del inicio de una era zombi se le vino a
la cabeza. Siempre ha sido un fanático de los zombis, al igual que yo, pero hay
que saber diferenciar las fantasías que pueda tener cada uno de la vida real. Y
esto era demasiado irreal. O eso quería creer.
¿Podría estar ocurriendo? Recuerdo cuando éramos soldados y alucinábamos con esto del apocalipsis zombi y demás locuras de críos, pero sabíamos perfectamente que eso era imposible ¿Entonces, qué es lo que estaba ocurriendo allí?
¿Podría estar ocurriendo? Recuerdo cuando éramos soldados y alucinábamos con esto del apocalipsis zombi y demás locuras de críos, pero sabíamos perfectamente que eso era imposible ¿Entonces, qué es lo que estaba ocurriendo allí?
El comandante nos explicó que teníamos que partir cuanto antes, la
armada tenía desplegado un patrullero de vigilancia costera en el que
aterrizaríamos y el ejército del aire había mandado un dron para una misión de
reconocimiento, haría unas fotos desde el cielo y nosotros en el buque, veríamos
como estaba la situación.
—Mi comandante ¿podemos hablar? — le dije.
—Usted dirá— me respondió con tono autoritario.
—Chicos, esperad fuera, enseguida salgo— el grupo acató la orden y uno
a uno salieron de la modular. Sabían cuando hablaba en serio y cuando estaba de
broma. No solo éramos un equipo, éramos una familia.
—Señor, no veo la necesidad de partir hacia allí. Alguien de ese buque
con categorización puede decirnos que ocurre en las inmediaciones viendo las
fotos y ya según la situación, decidimos si es necesario partir.
— ¿Qué locuras estás diciendo? ¡Sois el equipo mejor preparado que
tenemos, contra antes partáis, antes se podrá solucionar lo que quiera que esté
pasando! Y si al final todo esto no es nada, volvéis enseguida y ya está.
—Eso está claro, pero con todos mis respetos, es a mi equipo al que
quieren enviar y yo no estoy de acuerdo con eso. No sabemos que está ocurriendo
en el aeródromo.
—Vamos a ver Jose, eso será que algún grupo de esos en contra de la contaminación,
que habrá provocado algún altercado por la zona. Algunos de los laboratorios
del lugar contienen productos químicos y la explosión ha debido de ser un poco
más grave de lo esperado. Esos grupos están muy irascibles últimamente y han
visto la oportunidad ahora con este accidente. Por eso lo de la gente agresiva
y demás— intentó calmar los ánimos al verme tan alterado.
— ¿De verdad quiere que me crea las tonterías que me está contando?
— ¿Qué te crees, que esto es un alzamiento zombi de esos de las
películas? Vamos no me jodas, pensaba que ya habías dejado esos jueguecitos de
niños hacía tiempo. Te aseguro que son cuatro hippies con ganas cabrear al
personal.
—Por supuesto que no pienso que sea nada parecido, solo digo que
necesito más información antes de partir, para saber a lo que voy a exponer a
mi equipo ¿Qué niveles de radiación pueden haber? ¿Necesitamos algún tipo de
protección contra esa gente por si deciden atacarnos? Señor, no pretendo
desobedecerle pero no voy a ir a ningún sitio hasta que no se me haya dado más
explicaciones.— ¿Radiación? ¿Protección? Seguramente cuando lleguéis, la policía ya tendrá la situación bajo control. Vais allí, comprobáis que todo esté en orden y… ¡Ring, ring!
El teléfono sonó y me hizo salir.
Tras veinte minutos de gritos, maldiciones e incertidumbre después y
con el rostro pálido como si le hubiera llamado el mismísimo demonio, salió, me
miró y me hizo pasar.
—Está bien, siéntate… — dejó en la mesa un portátil. Lo giró hacia mí.
Y empezó a abrir una serie de carpetas en las que se podía leer “Acceso
Restringido”.
— ¿Se puede saber qué es esto? —dije.
—Será mejor que haga pasar al
grupo— fue entonces cuando toda sospecha se aclaró. Algo muy grave estaba
pasando en Lanzarote.